miércoles, 15 de mayo de 2013

Wild folks

Éstas ilustraciones son parte de una colección que muestra la relación de los niños con su entorno: la variedad de ecosistemas y su biodiversidad. Por otra parte quise narrar historias oníricas* donde los animales adquieren proporciones gigantescas.

*onírico: Perteneciente o relativo a los sueños. Lo onírico puede referirse al contenido de los sueños o a las vivencias o estudios relacionados con ellos.


sábado, 30 de marzo de 2013

El llamado

Esta secuencia de cinco ilustraciones la realicé para el concurso de catálogo de ilustración iberoamericana 2012.  No quedé seleccionado, pero disfrute muchísimo el ejercicio; ahora que veo las ilustraciones encuentro algunos detalles que me disgustan y otros que todavía me agradan.






Reinaguración

Hola a todos.
    Nunca entendí la estrategia de reinagurar algo, pero después de no publicar durante más de un año, he decidido volver a este blog. Y si, reinagurarlo.
    El año pasado fue de altibajos y mucho aprendizaje, conocí  nuevos amigos y sobretodo, creo que conocí un poco más acerca de mí. Una de las mejores experiencias fue asistir al taller de Linda Wolfsgruber, ilustradora de gran técnica y corazón, que me mostró la monotipia y cómo hacer del proceso creativo una tarea placentera pero al mismo tiempo estratégica. Este pulpo adicto al queso lo hice durante su taller


martes, 24 de enero de 2012

Ilustración infantil

Estas ilustraciones son parte de mi tesis. Se trata del rediseño de un cancionero en náhuatl y español. La idea es evadir la estereotipación de lo étnico.


 Evaristo


 Petra la oruga


 Evaristo títere


 Ramón la mariposa


 Martina la gallina


 

 Romina


 Pancho la tortuga


Bebé

domingo, 22 de enero de 2012

Sanguaza

Sanguaza quiere decir agua ensangrentada. Los bocetos son parte de una novela gráfica.





Sonora

 Siempre me ha gustado la ilustración de moda, tiene un punto de ficción donde se pueden imaginar proporciones, texturas y materiales, a veces, imposibles. Sonora es un conjunto de ilustraciones inspiradas en el mar, el desierto y el paisaje primitivo de aquel estado.




viernes, 20 de enero de 2012

Humo en la sangre

Este es un pequeño cuento que hice hace algunos años. Al leerlo encuentro palabras que he dejado de usar, y la manera en que narro algunas cosas támbien ha cambiado; sin embargo, me recuerda algunas situaciones que viví, ó que alguna vez imaginé. Son dos historias: la primera se llama "Sonido seco", y la segunda es "Humo en la sangre".




Sonido seco

Esteban se quedó sólo. Sin pensarlo, buscó los cigarros entre los platos que habían quedado del almuerzo…encontró la cajetilla, ya no quedaba ninguno. Sin dejar de mover los dedos, agitó con una mano las tazas, un cálculo psíquico para saber cuanto café les queda, acabó tomándose el ultimó trago frío de Fabricio.
    Habían pasado cinco minutos de que Germán se levantara de la mesa, pero el apuro de Esteban por irse del lugar era más que evidente. Mientras hacía muecas para limpiarse  los dientes, se quitó los lentes y volteó hacía la ventana, buscando la silueta de su compañero entre las palmas y los carros que se reflejaban desde el otro lado de la calle. No venía; el neón que anunciaba Ice Cream distorcionaba la visión de la esquina por la que Germán se había ido.
    Pasó la mesera,  con una seña de firma al aire le pidió la cuenta; la muchacha volvió a los dos minutos sólo para retirar los platos torpemente y dejarle el ticket con un montón de mentas. Esteban  sacó su cartera…no tenía cambio, sus ojos tensos eran como un láser, pero él se obligaba a mostrarse tranquilo, sólo pensaba en ir por Germán a la esquina y largarse de ahí. La chica volvió para tomar la bandeja con el dinero; tenía que esperarla de nuevo, el billete era de doscientos y el almuerzo había costado menos de cien.
    Abrió uno de los dulces, su lengua empezó a jugar con la pastilla, la frotaba  de manera agresiva. Ni siquiera le gustaban las mentas. La mesa  ya  estaba limpia y su idea de parecer un plácido comensal ya no convencía;  giró su silla para contemplar la avenida. No había tráfico y era poca la gente que caminaba por ahí, la mayoría turistas buscando algo que desayunar esa mañana de domingo.
De la nada, surgió una sensación en el pecho, la misma que le punzaba la garganta cada vez que algo no encajaba…el viento dejó de soplar y la atmósfera fue invadida por el sonido de un silencio agudo que le taladraba los oídos; la ansiedad impidió que se levantará y sólo irguió la cara para concentrarse en respirar.
    Fueron como cinco sonidos secos que sonaban como periodicazos, sonidos que golpeaban la cabeza de Esteban. La cafeína le había atrofiando los huesos, pero su función bioquímica se detonó en un instante para despertarlo; se levantó en un impulso. Con paso decidido, como si sus piernas tuvieran vida propia, caminó sin titubear hacía la esquina. La mesera y otros muchachos se apuñaban  en el marco de aluminio negro de la ventana, tratando de ver lo que pasaba en la calle a través del vidrio, el sol cegaba el panorama. Un par de clientas dejaron sus mesas y se metieron a hurtadillas al lugar, tenían una sonrisa extraña, parecía que en cualquier momento iban a estallar de la risa; con la mirada agachada, se percibía una picardía a través de sus gafas de pasta negra…una picardía implícita que surge con el morbo y la tragedia.
    Llegó a la esquina; la cabina de la camioneta  estaba abierta de ambas puertas.
El silencio persistía en el ambiente a pesar de que algunos carros  pasaban por el lugar; los conductores adquirían un rostro anestesiado al ingresar a la atmósfera de paz sospechosa.
La sangre comenzó a gotear por ambos lados del asiento; la ventana del piloto tenía un par de agujeros, dato que Esteban proceso de inmediato para deducir la posición desde donde Fabricio había disparado. Rodeó la camioneta, un trayecto en trance…la vista cobraba un sentido de cámara lenta mientras examinaba el cuerpo de Germán acostado, abrazándose a sí mismo, como si su piel pudiese actuar como coraza en un último esfuerzo por evadir las balas.
Los charcos crecían a los costados de la camioneta. Aunque siguiese vivo,él moría rápidamente. Esteban se asomó a la cabina,  trató de no tocar nada, ni siquiera de pisar la sangre que intentaba llegar hasta sus botas; con su codo hizo a un lado el brazo de Germán para descubrir su rostro. Sus ojos brillaban un poco, era como si hubiera querido llorar, poco a poco su semblante se tornaba rígido e inerte…el viento comenzó a soplar y agitó las puertas del vehículo, uno de los retrovisores reflejo luz en la cara de Germán; su boca quedó entreabierta, era como si los labios quedaran congelados al querer decir una última palabra; sus dientes amarillentos por el café, lucían lustrosos por saliva.
    Como si despertase de un sueño, Esteban notó que se asfixiaba; en una bocanada recobró el sentido del tiempo; el episodio detectivesco le había quitado la respiración. Surgió un bullicio, una sinfonía de frenos y motores venían desde el semáforo. Sacó la billetera que Germán guardaba en el bolso interior de la chamarra y se marchó.
    No supo en que pensaba cuando de pronto estaba de nuevo  en la cafetería de la esquina, era como si sus piernas siempre decidiesen por él. Las personas le miraban perplejas, como si estuviese bañado en sangre. Con un gesto sobrio  se dirigió a la mesera, quien consternada se apuró para darle la bandeja con el cambio.

Fin.



Humo en la sangre

Desperté de repente, había dormido un par de horas. Tomé un cigarrillo de la mesa y salí por la puerta del patio que daba a la huerta de mangos; mientras encendía un cerillo, caminé rumbo a la cerca donde estaba un tractor abandonado. Un silencio exquisito  se interrumpía cada vez que exhalaba el humo…quedé hipnotizado en la ondulación del canal de riego y en como los cerros se reflejaban en el agua.

Volteé para la entrada del zaguán, sin querer, al escuchar el crujir de la hierba seca. Ahí estaba Aparicio. De pie, inerte, deteniendose al ver que le descubría en su intento por asustarme; con su mirada baja a ras de ceja y una sonrisa diabólica que emanaba picardía, se mofaba de verme pensando. Yo también sonreí y el continuó su paso torpe hacia mí; se veía pálido, su camisa desabotonada mostraba su torso de esternón prominente, las clavículas enmarcaban la hendidura de su garganta de manera grotesca. La sangre estaba seca, eran como costras que surgían por todo su cuerpo.
    Lo abracé, trato de decirme algo mientras perdía la coordinación del habla y balbuceaba.  Su brazo pesaba como hierro sobre mis hombros, me había ensuciado con su sangre y apenas soportaba la respiración en ese hedor a alcohol. Me quitó el cigarro y así nos quedamos un momento, mirando el reflejo de los cerros en el canal… tal como me encontró. Por momentosvolteaba a verme sólo para darme la misma sonrisa, pero no me daba miedo.
    Bajó su brazo y con un impulso hacía mi espalda se apartó. Desearía saber porque se reía tanto, le pregunté porqué se había aparecido, y me reí al relacionar su nombre con su tan repentina presencia. Así nos quedamos un ratito, riendo de lo que cada uno pensaba. Me dirigí a la casa por un cigarro, él adivino por telepatía mi necesidad de nicotina…-tráeme uno- dijo…yo asentí con la cabeza; no di ni diez pasos cuando volteé para ofrecerle una cerveza…y ya no estaba, se había esfumado, lo único que quedaba era el paisaje y un hilito de humo que indicaba el paradero del cigarrillo que había tirado.
De pronto me invadió una rara soledad, me froté los brazos como si tuviese frió pero en realidad no sentía nada, ni siquiera calor. Escuché un par de ruidos, alguien estaba dentro de la casa.
    Apareció Esteban,  corrió hacía a mí mientras su semblante se tornaba aliviado. No sabía si contarle lo de Aparicio, pero luego recordé que me había dejado todo ensangrentado.
 Cuando abrí los ojos todo estaba en blanco, luego noté que era el techo bien enyesado;  me había despertado el sonido que producía un aparato que estaba a mí lado. Acostado en una camilla con el torso vendado, apenas podía moverme; no sabía si podía hablar, tampoco lo intenté, solo me quedé largo rato mirando la agitación de una sombra a través de las persianas.
    Entró una enfermera y al verme despierto salió de inmediato, al poco tiempo entró el agente de la policía que me había estado buscando desde hace dos semanas. Fausto, conoció a mi padre e insistía en tratarme de manera familiar, pero yo no accedía. Su mirada sarcástica anticipaba que no tenía ninguna ventaja en el siguiente interrogatorio. Jaló una silla y se sentó a mi lado, yo no sabía siquiera porque me encontraba en el hospital, y tampoco quería preguntárselo a él, de cualquier forma me lo contaría. Fueron  dos balazos en total, uno había rozado mi costilla y otro quedó incrustado bajo mi clavícula sin fracturarla, mi carro tenía señal de siete balazos, por lo que tuve suerte. No me acuerdo de lo sucedido, pero según el reporte del ministerio fue mientras regresaba del Caimanero, pasando la curva de Agua Verde. Aparicio había muerto durante el ataque.
Al ver que no respondía a sus preguntas se marchó, prometiendo volver en cuanto me recuperase, creía que no podía mantener su conversación por el efecto de la morfina en mis venas. Me acordé de Aparicio y de nuestro extraño encuentro en la huerta de mangos. Ahora me resultaba obvio que la sangre que tenía en la ropa no era de él, sino mía.


Fin.